En un desierto al borde del Pacífico, una patrulla nocturna en la frontera chilena con Perú se topa con los dos flujos migratorios que estremecen a América Latina: haitianos que abortaron su viaje a Estados Unidos y dan vuelta atrás, y venezolanos que ruegan por entrar a Chile.
La frustración de los haitianos que retornan a Chile contrasta con la ilusión de los venezolanos que buscan tomar un bus que los lleve 2.000 kilómetros al sur, hasta la capital chilena.
“Tenemos nuestra residencia y nuestro hijo es chileno, estoy regresando para retomar mi trabajo”, dice Isaiah, un joven haitiano. Él y su esposa, con un bebé dormido en sus brazos, acaban de bajar de… Seguir leyendo
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