No toda caída es mala, algunas son buenas. El riesgo-país de República Dominicana ha experimentado una caída significativa para la República Dominicana, si compara la estimación del 13 de febrero pasado, con la calificación que alcanzó en la tormenta de la crisis de los subprime del 2008, en que escaló hacia los 1,800 puntos básicos.
Desde entonces por muchos años, aunque con fluctuaciones, se ha mantenido por debajo de los 600 puntos básicos. Y al 26 de diciembre de 2019, bajó a 339 punto, según el informe Riesgo-País de las Economías Latinoamericanas que al 13 de enero de 2020 publicó el Banco Central.
¿Por qué esta caída no es mala? Porque lo que cae son los intereses de la deuda, lo que en el marco de una estrategia sostenible puede contribuir a desmontar la deuda pública.
Estas caídas del riesgo país puede suponer mayor confianza de los inversionistas internacionales en los bonos soberanos dominicanos, lo que de alguna forma tiene que ver con la estabilidad institucional del país, y la imagen de continuidad que transmite en los mercados internacionales.
Pero, aunque ha bajado, está caída no es suficiente, lo que se observa en el informe donde República Dominicana aparece con un riesgo-país que supera la media latinoamericana de 327 puntos, y que solo es superado por El Salvador, Costa Rica, Ecuador y Argentina.
El riesgo países, también denominado EMBI, es un indicador que divulga el Banco de Inversión JP Morgan, y que busca medir la certeza sobre el cumplimiento del país con sus obligaciones financieras, que consiste en el pago del servicio de la deuda. No es más que la diferencia entre la tasa de interés que pagan los países por sus bonos denominados en dólares, con relación a la que pagan los bonos del Tesoro de Estados Unidos.
La deuda soberana dominicana también ha mejorado su perfil, en las mediciones de las agencias calificadoras. Por ejemplo, en mayo de 2015 Fitch calificaba al país con “B+”, lo que iba acompañado del hecho de que el rendimiento de los bonos dominicanos, al finalizar la emisión, era de 6.85%. Y en el primero de enero del presente año, esa calificación mejoró a “BB-”, correlacionándose con el hecho de que ese rendimiento que recibían los inversionistas se redujo a 5.875%, lo que se puede interpretar como la percepción de un menor riesgo de impago, lo que significa más tranquilidad y certezas sobre los pagos.
A los ojos del país este hecho refleja relevancia financiera, porque le permite renegociar y pagar una tasa de interés menor por los bonos soberanos que ha emitido en los mercados internacionales.
A diciembre de 2019, el monto de la deuda del sector público no financiero se situó en 35,942.5 millones de dólares, lo que representó el 40.4% del PIB, según la Dirección General de Crédito Público. Esto significa un crecimiento de 3,794.1 millones de dólares, un incremento de 11.8% en relación con el monto adeudado a diciembre de 2018.
Y con respecto al PIB del 2018, le sumó 2.4 puntos porcentuales, para situarse la deuda pública del Gobierno Central en 40.4% de lo que produjo la economía dominicana en 2019.
La gestión de la deuda pública, además del buen desempeño de la economía, como su sucede con el turismo y la inversión extranjera y nacional, también se sostiene en la buena imagen de la institucionalidad del país.
Sin embargo, este domingo República Dominicana dio un gran tropiezo con la suspensión de las elecciones municipales, lo que menoscaba la estabilidad política y la imagen de seguridad jurídica del país. En otras palabras, proyecta una imagen deteriorada de la institucionalidad de la democracia dominicana en el ámbito global.
Sobre el aclamado libro de Daron Acemogly y James A Robinson, titulado “Por qué fracasan los países”, uno de los prologuistas resume su conclusión sobre la obra. Se trata de Simón Johnson, profesor del en la MIT Sloan y coautor del libro “13 Banckers”. Afirma que “en todo momento y lugar, las personas poderosas siempre procuran hacerse con el control total del gobierno, menoscabando el progreso social en favor de su propia codicia”.
Concluyen Acemoglu y Robinson que ni la situación geográfica, ni las enfermedades, ni la cultura pueden explicar por qué algunos países son ricos y otros pobres. Eso depende de la las instituciones y de la política.
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