“Ante ese proceso de suplantación que supone echar por tierra los resultados históricos de nuestra independencia de Haití de 1844, la reacción por parte de aquellos que tienen el mando social, el mando en el empresariado, en la política, en los medios de comunicación y en lo intelectual, ha sido dimitir de su responsabilidad de mantener la continuidad histórica de la República Dominicana como Estado-nación”.
SANTO DOMINGO. Manuel Núñez, reconocido intelectual y polemista, pondrá en circulación este jueves 24 de agosto el libro “La autodestrucción, la descomposición de la sociedad dominicana”, en el que él se pregunta si la República Dominicana podrá sobrevivir sin el control de sus fronteras y sin un proyecto de nación que proteja la autodeterminación.
El libro será puesto en circulación a las 7:30 p.m., en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, en Santo Domingo. El panel de presentación estará integrado por el exdiputado y exministro Pelegrín Castillo, el contralmirante Homero L. Lajara Solá, el mayor general Antonio Jáquez López y el economista y profesor universitario Osvaldo Montalvo Cossío.
A propósito de la publicación de la obra, que de seguro producirá debates, tal como aconteció con su reconocido libro “El ocaso de la nación dominicana”, Diario Libre ha entrevistado a Núñez sobre varias de sus tesis.
¿Por qué una generación de gobernantes y políticos, con gran vocación de poder, no tiene claro un proyecto de nación en defensa del interés dominicano?
Yo creo que estamos ante el abandono de la nación, ante todo lo que son sus atributos, ante el abandono de todo lo que es su continuidad histórica, en pro de acomodarse al intervencionismo internacional. Nuestros políticos creen que su bienestar, que las posibilidades de lograr su permanencia en el poder están ligadas a complacer intereses extranjeros, y desde luego esos intereses han fracaso radicalmente en Haití.
Toda la zona guest, todos los organismos internacionales, la MINUSTAH (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití), la ONU (Organización de las Naciones Unidas), la OEA (Organización de Estados Americanos) y la Unión Europea han fracasado radicalmente en recuperar un estado fallido. Lo que han hecho es traspasarle esa responsabilidad a la República Dominicana. Nuestros políticos, en vez de defender el territorio, en vez de defender los atributos del Estado, que son la población, el territorio, el gobierno y la representación internacional del país, lo han abandonado creyendo que con ello se preservan como grupo de poder respecto al futuro.
En una circunstancia como la actual, en que ni los sectores de poder ni los intelectuales juegan su papel en defensa del interés nacional, ¿dónde estaría el motor de cambio?
Pudiera haber un cambio. Depende de la reacción del pueblo dominicano. Estamos ante un proceso en que un país se apropia de otro país. El pueblo dominicano ha sido suplantado en la agricultura, en la construcción de viviendas, que son las mayores bolsas de empleo del país. Ha sido suplantado en el empleo informal y ha sido suplantado en los servicios sociales. Es decir, en la educación y en la salud. También ha sido suplantado en el registro civil.
Ante ese proceso de suplantación que supone echar por tierra los resultados históricos de nuestra independencia de Haití de 1844, la reacción por parte de aquellos que tienen el mando social, el mando en el empresariado, en la política, en los medios de comunicación y en lo intelectual, ha sido dimitir de su responsabilidad de mantener la continuidad histórica de la República Dominicana como Estado-nación.
Ante eso el pueblo dominicano padece ese proceso de desapoderamiento del país. Toda la reflexión de este libro apunta hacia una reflexión futura, que es el pasto del próximo libro, que lo he llamado “El repliegue a las fronteras interiores”.
Es decir, las fronteras con Haití van a estar en el hospital, en la escuela. Van a estar en los astilleros… Van a estar en el registro civil. Es decir, están obligando a dos pueblos a competir por el control del territorio, en el terreno de la República Dominicana.
El hecho mismo de que haya un pueblo derechohabiente tradicional, que es el dominicano, y otro pueblo que se quiere hacer derechohabiente (el haitiano) implica desde ya la destrucción de la soberanía nacional, porque es la capacidad de autodeterminación de los dominicanos la que está siendo puesta en entredicho contra estas políticas de entreguismo a las ambiciones del intervencionismo internacional.
Yo decía en la nota preliminar (del libro) que estamos como en esos versos de Lorca (Federico García Lorca). Es decir, yo ya no soy yo, porque mi yo ha sido transformado por todo lo que es la invasión demográfica del otro, ni mi casa ya es mi casa, porque ya no mando yo si no que también mandan aquellos a los cuales les han transferido la nacionalidad, que no son dominicanos y que van a operar en comandita con las poblaciones del Estado vecino, con las cuales están emparentados por vínculos consanguíneos y que son parte de un proceso de continuidad.
Un país puede perfectamente asimilar a un extranjero. Nosotros lo hemos demostrado con los extranjeros que han venido al país del Líbano y de otras partes del mundo. Lo que no podemos es asimilar a otro pueblo y al mismo tiempo desnacionalizarnos. Eso no es posible. Esa desagregación de poblaciones a lo único que remite, en términos históricos, es a situaciones parecidas a las que se produjeron en Los Balcanes, donde Serbia quedó desmantelada por la expansión de los vecinos.
¿En qué nos beneficiaría a los dominicanos una fusión con Haití y en qué nos perjudicaría?
En el caso con Haití una fusión siempre sería perjudicial. Si una persona pobre, y la República Dominicana es un país pobre, se asocia a un miserable no va a nacer un rico de ahí. Dos pobres no producen un rico, pero un pobre y un miserable menos. O sea que en términos económicos implicará un retroceso de todos los progresos que hemos logrado al día de hoy.
Yo pienso que esa es una perspectiva posible, que todo lo que hemos logrado se pierda y quede sepultado por la expansión demográfica de otra población, que además crece más rápidamente que la dominicana, porque la dominicana crece al ritmo de 1,8 por ciento y la haitiana a un ritmo de 3, 2 por ciento.
Pero al mismo tiempo ellos (los haitianos) están, en cierto modo, favorecidos por una zona de victimismo. Los dominicanos son víctimas de ideologías seudoprogresistas que nos dicen que la solidaridad debe ejercerse a expensas de la propia existencia del país, que para ser democráticos, para ser liberales y progresistas debemos entregarles los empleos, los hospitales, las escuelas y el registro civil a los haitianos y que si no lo hacemos es porque somos unos trujillistas.
Eso es un disparate que se oye a menudo, pero cuando nos enfrentemos al hecho real, lo que veremos es una República Dominicana enfrentada a un hecho descalabrado, destruido por la expansión de otro pueblo dentro de su territorio. Eso, evidentemente, no augura nada bueno. No puede ser nada bueno ver el futuro peor que el presente.
¿Qué le responde a los que censuran su postura crítica respecto a la relación dominico-haitiana por el color de su piel?
Ser haitiano y negro no es la misma cosa. En la República Dominicana, ser dominicano es más que ser que negro, más que ser mulato y más que ser blanco. En África hay muchos negros y no son haitianos. De hecho, en una época en que los haitianos emigraban a África, en los años 70, había una ola de médicos haitianos que iban a África diciendo que ellos eran negros. Les decían pero usted no es senegalés, váyase de aquí. Usted no puede quitarle el empleo a un senegalés.
La negritud no une a nadie con nadie. O sea en el mundo de raza negra, hay 52 estados y algunos se odian entre sí. En el de la raza blanca hay menos estados. Pero bueno, esto quiere decir que el hecho de que alguien sea negro no lo acerca ni lo aleja de Haití. Eso no tiene ningún sentido. El dominicano es mucho más que eso.
Ahora, entre los haitianos sí se ha aplicado una política racial, porque ellos en su historia hicieron la matanza de blancos durante su independencia. Luego han hecho varias matanzas de mulatos. La última gran matanza fue en el año 57, reseñada por el padre el poeta Jacques Viau Renaud, Alfred Viau, en el libro “Sangre nada más que sangre”, donde él cuenta cómo ese germen ha destruido ese país, el germen del odio racial.
Yo creo que a la República Dominicana, y lo digo para las personas que han usado ese argumento, no le conviene importar los prejuicios raciales que han destruido la convivencia haitiana. Yo no creo que sea el tema. El tema no es la negritud. Yo creo que ellos han querido destruir el país fomentando el odio racial, porque de hecho, durante la independencia, los haitianos quisieron dividir el movimiento independentista diciendo que era una obra de los blanquitos. Por eso Duarte colocó a Sánchez como jefe del movimiento. No lo lograron. Lo están logrando ahora porque hay gente confundida y no sabe qué es, si es negro o es dominicano.
Ser haitiano y negro no es la misma cosa. En la República Dominicana ser dominicano es más que ser que negro, más que ser mulato y más que ser blanco. En África hay muchos negros y no son haitianos.
Otra crítica que se le hace a usted es que el tema haitiano lo obsesiona, que siempre escribe sobre lo mismo. No creo que sea un tema obsesivo. La República Dominicana quizás sea mi obsesión, pero la República Dominicana para muchos dominicanos es una ficción. (Juan Isidro) Jimenes Grullón dijo que era una ficción, que no existía. Américo Lugo dijo que esto no era una nación en algún momento, y hubo un sociólogo que invitó Leonel Fernández, Alain Touraine, que después de haber acogido la hospitalidad del pueblo dominicano tuvo el tupé de decir que nosotros no existíamos.
Yo creo que, en pro de la existencia del ser que somos, la República Dominicana merece el esfuerzo que yo he hecho y mucho más. Yo no creo que sea el único. Yo creo que ha habido mucha gente, desde (Manuel Arturo) Peña Batlle que ha tenido un pensamiento nacionalista y que ha entendido que la República Dominicana es un equilibro. Un equilibro de las culturas, de las poblaciones, de las economías, de las lenguas, porque nacimos unidos al país del cual nos libertamos. Y naturalmente para mantener la independencia de 1844, que es el acto más importante que hemos producido los dominicanos, porque si no lo hubiéramos hecho fuéramos como Haití, el país más pobre del continente… No somos como Haití, porque nos independizamos. Para mantener eso es menester que haya un deseo de independencia, un deseo de diferenciación. Yo he luchado porque ese deseo de independencia, de lealtad al esfuerzo de los hombres que nos libertaron después de 12 años de guerra con Haití, se mantenga.
Yo creo que esa lealtad debe ser la base del desarrollo de los dominicanos. Si la República Dominicana renuncia a ella podrá ser cualquier cosa, pero no será ya la República Dominicana.
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