Quizás como ningún otro expresidente contemporáneo, Barack Obama ha logrado mantener una posición de relevancia y prestigio tanto en la política norteamericana como en los cenáculos de los estadistas mundiales. Se le reverencia allende las fronteras natales, hasta el punto de que su liderazgo ha devenido fuente de inspiración al margen de las geografías. Razones hay: en la historia será siempre el primer afroamericano en alcanzar la presidencia, su carisma y prudencia factores claves para remontar las dificultades raciales que lastran a los Estados Unidos. Antes que perder intensidad, el tema del color ha recobrado fuerzas, con resultados que ensanchan la hendidura social.
Las esperadas memorias de su paso por la Casa Blanca acaban de aterrizar en las librerías físicas y virtuales. Si la autobiografía de la esposa, Michelle, rompió récords de venta para ese género literario, se da por descontado que A Promised Land (Una tierra prometida) será muy pronto un éxito. Comienzo a abrirme paso entre los centenares de páginas del libro, y sobra material para reflexionar y entender mejor no solamente las intríngulis del poder en Washington, sino también la recia personalidad, inteligencia y visión del presidente número 44 de los Estados Unidos de América.
Obama ha iniciado ya el largo recorrido de promoción editorial, luego de participar activamente en el tramo final de la campaña electoral triunfante de Joe Biden, su vicepresidente. Para mi sorpresa, el pistoletazo de arranque estuvo precedido de la divulgación en Instagram de su listado de composiciones musicales favoritas durante los años presidenciales. Diría yo que de todos los tiempos, porque algunas de las piezas se escuchan desde cuando el hijo de un keniano y una estadounidense iba a la escuela en el Sudeste asiático. Su amor por la música es conocido, sin olvidar que la bachata, con su ritmo pegajoso y contagioso, puso en movimiento las carnes de Michelle en un concierto en la sede de gobierno. Ocupa un espacio importante en su vida y por sus venas corren notas, arpegios, beats.
Cero música culta, lo que de primera intención me hizo sospechar de contaminación populista dada la reciedumbre intelectual del político demócrata, comparable quizás a la de su amigo y antecesor en la línea de grandes presidentes, Bill Clinton. Aparcados los prejuicios, rápidamente concluí que la amalgama musical dada a la publicidad es, más que nada, una declaración de principios, un reflejo de las interioridades, convicciones y molde social de un híbrido racial y cultural. Con trazos de África, Indonesia y Norteamérica, y un reservorio de humanismo, optimismo, esperanza y adherencia al colectivo cuya adscripción le vino por un exceso de melatonina, sí, pero también al interiorizar una realidad que lo hundió en las profundidades de ciudadano de segunda clase y de donde emergió hasta ascender al Olimpo.
La génesis del jazz es el dolor, el sufrimiento, el gemido sobrecogedor del esclavo en las plantaciones sureñas, arrancado de las entrañas africanas y entregado a la abyección como objeto desprovisto de derechos. En las notas originales de esa música excepcional hay soplos de impotencia y de creatividad esculpida en el pentagrama. Nada de extraño que John Coltrane y Miles Davis ocupen lugar de precedencia en el desfile, con dos interpretaciones emblemáticas: My Favourite Things y Freddy Freeloader, respectivamente. Sensacionales las dos. En la primera, el genio del saxofón se adueñó de una pieza muy popular, de la banda sonora de The Sound of Music (La novicia rebelde) y la transformó en una obra maestra, de la autoría de, ¿quiénes más? Richard Rodgers y Oscar Hammerstein. Fue su estreno con el saxofón soprano y el atado de improvisaciones expone un virtuosismo acabado.
Coltrane y Miles coinciden en la renovación del jazz, saltando juntos del bebop al estilo modal del que ya escribí a propósito de un aniversario más del álbum germinal Kind of Blue, en el que figura la selección de Obama. A la trompeta de Miles se suma el piano memorable de Wynton Kelly. En la simpleza de Freddy Freeloader reside quizás gran parte de su potencia. Consiste en una sucesión de solos, introducidos por Miles con espontaneidad absoluta. Mientras el piano se insinúa en el fondo, Coltrane le hace dúo a Miles, hasta que Kelly asume protagonismo. A mitad de camino, Coltrane y su saxo, antecedidos por la brillantez de una trompeta iluminada.
Claramente, Obama privilegia a los artistas de color. La música en los Estados Unidos tiene dueño, y no es la mayoría blanca. Sir Duke, de Stevie Wonders, abre un poco más la ventana del alma del expresidente, con letras que cargan un mensaje poderoso: “La música es un mundo dentro de sí mismo/Con un lenguaje que todos entienden/ con igualdad de oportunidades/ para todos a cantar, bailar y aplaudir…”. Más adelante, otra estrofa confirma la identidad de Obama: “…la música… es algo que la vida nunca abandonará/ pero aquí hay algunos de los pioneros/ que el tiempo no nos dejará olvidar/ porque existen Basie, Miller, Satchmo/ y el rey de todo Sir Duke/ y con la voz de alguien como Ella sonando/ no hay manera de que la banda se pierda”. Una constelación de estrellas, de la que sólo Glenn Miller es blanco, y que completan Count Basie, Louis -Satchmo- Armstrong, el timbre inconfundible de la voz de Ella Fitzgerald y el rey, Duke Ellington.
La música de Ellington y de Coltrane acusan una marcada espiritualidad en la etapa de madurez, asumida por Obama en su segundo libro, The audacity of Hope (La audacia de la esperanza), especialmente en el capítulo sexto. Es la fe, como lo títuló, el bordón en que se apoya para transitar por la vida cargado de optimismo y propósitos redentores. El cristianismo jugó, y aún continúa, un papel protagónico en la cultura afroamericana, siendo la iglesia componente integral de la comunidad y fuente de compensación espiritual ante las adversidades de una existencia comprometida
Nunca me ha interesado el rap, pese a la insistencia de mi hijo Óscar por acercarme a un género del que me distancian mis gustos musicales. Nunca había escuchado a Eminem y le presté atención por primera vez porque Lose yourself (Libérate) figura en el listado. La canción es una descripción de la tragedia del gueto. La música dobla como tabla de salvación. Las imágenes son dolorosas, punzantes en el retrato sin contemplaciones de la realidad del negro estadounidense. “Me quedo en un lugar/ otro día de monotonía/ me lleva a sentirme como un caracol/ debo formular una trama/ o terminar en la cárcel o baleado”.
Impensable que faltase Beyoncé, amiga de los Obama y convidada de lujo en la toma de posesión del segundo mandato del presidente nacido en Háwai, al aire libre y con un frío ártico en un día gris de enero. La vi llegar a la tarima de invitados especiales y comandar más atención que Bill y Hillary Clinton. Su versión de At Last no me arrebata, inferior, en mi barruntar, a la original de Etta James y que, además, es el himno nacional de mi hija Carla. Otra historia es Halo, laboratorio en el que la estrella pop experimenta toda su acrobacia vocal, sosteniendo notas como una suerte de Atlas cantante. Beyoncé es única, en pleno control del vibrato, subiendo y bajando registros sin denotar esfuerzo que entorpezca el dominio armónico.
Desde que Bob Dylan recibió el Nobel de Literatura, presto más atención a las letras de las composiciones. Hay verdaderas joyas, de lirismo intenso, de poesía sublime. He repensado viejas canciones de mi época de estudiante, cuando Joan Manuel Serrat y una constelación de cantautores sentaban reales, o se valían de poetas excelsos, como Machado y Miguel Hernández, para levantarnos la epidermis de las emociones. He redescubierto a Janis Ian y su insuperable At Seventeen, a Joni Mitchell, Joan Baez y Bruce Springsteen. The Rising, de este último, figura en el favor musical del exmandatario. The Times They are-a Changin, de Dylan, es selección obligada, considerada una de las mejores canciones de todos los tiempos.
El gusto musical de Obama pinta ecléctico; empero, deja al descubierto al verdadero animal político que logró el poder porque construyó una poderosa coalición de fuerzas a tono con la realidad social de su país. Con razón le seduce Gloria Estefan, inmigrante cubana que ha alcanzado el estrellato cantando en inglés y en español, llevando en su voz una tradición musical cercana al corazón de la América iberoamericana. Es ella, además, la consumación del American dream. La versión escogida, soberbia. Gloria libera ángeles cuando canta, su voz tierna, romántica, que cala. Always Tomorrow, encaja perfectamente en la filosofía personal de Obama, repleta de idealismo. Siempre mañana; si hay un mañana, también un propósito:
Supongo que tomó un poco de tiempo, para que yo pudiera ver
La razón por la que nací en este mundo,
Y por lo que tuve que atravesar.
Porque finalmente me he dado cuenta, que yo podría estar infinitamente mejor que antes, definitivamente ser más fuerte.
Enfrentaría todo lo que apareciera en mi camino,
Saborearía cada momento del día,
Amaría a tantas personas como pudiera en el camino
Ayudaría a alguien que se está rindiendo,
aún cuando solo se tratase de elevar la mirada y rezar…
El gusto musical de Obama pinta ecléctico; empero, deja al descubierto al verdadero animal político que logró el poder porque construyó una poderosa coalición de fuerzas a tono con la realidad social de su país. Con razón le seduce Gloria Estefan, inmigrante cubana…
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