Semblanza leída en la Academia Dominicana de la Lengua
De don César Medina uno podría decir: que es periodista desde hace casi medio siglo, si contamos que inició esa práctica desde muy joven; que ha sido del equipo fundador de dos diarios; que ha ejercido un liderazgo indiscutible en el periodismo televisivo desde hace tres décadas; y que lleva once años dedicado al oficio diplomático, sirviendo como jefe de misión en Chile, España y Panamá.
Pero, en toda figura pública reconocida, hay una trayectoria y una historia que merece ser contada, quizás solo para que se deje constancia de que la fortaleza del prestigio, la durabilidad de las conquistas profesionales, la satisfacción de los logros humanos y la andadura vital en todos sus dominios, tiene una biografía espiritual de la que pocas veces se echa manos en el conocimiento de la hoja de vida de una personalidad, que como en el caso que nos ocupa ha estado en el centro mismo de la controversia de opinión que generan los protagonistas políticos, los acontecimientos sociales y las particulares, e intransferibles, actitudes personales frente a la vida y sus derroteros.
Pero, algún día se cuenta esa historia y esa trayectoria. Y qué mejor escenario el que hoy nos ofrece la Academia Dominicana de la Lengua para conocer quién ha sido César Medina desde que la ciudad de San Cristóbal lo viese nacer hace ya 68 años.
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Los hombres no se hacen solos. Siempre hay unos duendes tutelares que le hacen compañía y que solo su capacidad de resistencia frente a la adversidad o frente a los simples avatares de la existencia, que son múltiples, pueden vencer, modificar o hacer trascendentes sus mundos de imaginación, sus sueños, sus vitalidades, sus metas. Esos duendes nacen en la familia, se reconstruyen en la realidad o en la ficción, o se expanden desde los desafíos y hacia los objetivos de vida que cada cual se plantee.
César Medina tuvo compañías que arroparon su adolescencia como una manta de oportunidades que la imaginación abría a sus instintos. Tuvo nombres clásicos a su lado desde la mocedad, tan clásicos que nos parecen conocidos: Homero, Cervantes, Herman Melville, que los encaminaron en la odisea de la vida y le enseñaron a cazar oportunidades como las ballenas de Moby Dick. Y se asoció a Somerset Maugham para llevar siempre una vida de desafíos, al filo de la navaja. Y se tendió a los pies de Vargas Vila, para procurar que la controversia fuera afín con su deseo de alcanzar la verdad en la práctica de la disensión y el reto.
Retador de la vida se metía en la biblioteca municipal de su comarca nativa para encontrarse con personajes de leyenda y con lecturas de contraste que crearon en él la fascinación por la palabra y por el debate que la palabra provoca.
Me cuentan que sus padres le buscaron formación en lo que fue, en su época, un centro educativo de primer orden a nivel nacional, el Instituto Politécnico Loyola (IPL), y que allí con riguroso pantalón kaki, camisa azul marino, corbata y zapatos lustrosos (la elegancia en el vestir también tiene sus orígenes) los jesuitas algo metieron en su testa que terminó obteniendo siempre altas calificaciones. Alguien de la época me hizo saber que en los anuarios del IPL entre 1958 y 1961, César Medina figura como el mejor estudiante de aquella generación.
Trece años apenas tenía, cuando al suspenderse la beca que lo mantenía en el Loyola, tuvo que bandeársela solo para terminar sus estudios de bachillerato en el liceo público. Pero, cuando concluyó, a los 16 años, puso rumbo hacia la capital y aquí don Keko Rainieri, el padre del hoy poderoso empresario turístico Frank Rainieri, le ofreció su primer trabajo formal: vendía máquinas para uso de bancos, calculadoras y maquinillas de escribir, por lo cual se hizo experto en la reparación de las nunca bien ponderadas Royal y Underwood, en las que tantos abrevamos como fuentes indispensables para la escritura inicial, y aún para la posterior.
Por la calle Sánchez de la Ciudad Primada, donde se instaló para vivir, regresando cada fin de semana a la casa de sus padres en San Cristóbal, lo vieron aprovechar su conocimiento de las Underwood no solo para repararlas, sino también para consustanciarlas con la poesía romántica, que escribía junto a cuentecitos ociosos en la soledad de su habitación de estudiante provinciano. Tal vez en esa práctica, fue donde se construyó y fue creciendo el hombre romántico que sigue siendo.
Y creció también el periodista. Porque para entonces confeccionaba un periodiquito que hacía circular mensualmente entre sus amigos y vecinos. Hubo más de uno que incluso lo reclamaba si tardaba en publicarlo. Hasta que la generosidad de don Rafael Herrera hizo el resto. Envió sus escritos al Listín y allí le abrieron espacio. Y terminó siendo el cronista joven de la época de todo lo que acontecía en su ciudad natal.
De aquí en adelante, comienza lo conocido. Ultima Hora, Hoy, Hola Matinal, Hoy mismo, Telecable Nacional, Color Visión y otras hechuras de su empeño laboral, de su capacidad fundacional y de su creatividad periodística. Y entre uno y otro, el desafío de su primer trabajo reporteril: la fuente policial que en los años duros del balaguerismo fue tarea titánica y esfuerzo mental que acarreaba sinsabores de todo género. Cuando abandonó esta fuente llevaba sobre sí la carga de muchas noticias donde la sinrazón y el terror pusieron su cara de desatino y muerte.
Y vinieron los hechos concretos del hombre romántico: primero Oscar, que le ha perseguido tenazmente en la tarea periodística; otros 6 hijos, todos profesionales que se alejaron de la vocación paterna, y 10 nietos. O sea, una obra. La otra obra. La humana, la espiritual, la que construyó su vocación de hombre.
Hoy, la Academia de la Lengua honra al periodista. Pero, al periodista lo edificó una historia de haberes humanos que merecía ser contada, aún fuese tan brevemente, esta tarde. Y ese periodista ha hecho una trayectoria de múltiples aristas, una de las cuales es la que esta docta casa quiere remunerar con el reconocimiento que hoy se le otorga: la de ser un correcto utilizador del lenguaje criollo en sus leídas columnas de la prensa diaria; un manejador fraseológico del español dominicano, uno de los más citados, junto a los demás distinguidos columnistas que hoy son reconocidos, en lo que he denominado el diccionario del alma dominicana, recientemente presentado al público por esta Academia. Locuciones, frases, giros, que insertados en sus escritos periodísticos le otorgan la distinción de valorar nuestro español peculiar, o sea de enaltecer nuestro decir, la fraseología del habla dominicana.
Ese es el lauro que hoy te entrega la Academia Dominicana de la Lengua, apreciado César. Supongo que desde algún lugar, Federico Lebrón Montás, que te recomendaba aquellas lecturas primeras, o Temístocles Metz, inolvidable amigo, que fue una de tus fuentes de apoyo en tu carrera; o Manuel Severino a quien acompañaste en la fundación de Hoy, estarán celebrando con nosotros este reconocimiento. Y también, José A. Tejeda, con quien compartiste tu primera corresponsalía periodística; Virgilio Alcántara y Miguel Franjul que han sido parte de esa historia y trayectoria que a mí me ha tocado esta tarde el alto honor de dar a conocer a este auditorio que ahora solo tiene que aplaudirte.
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