Cuando el vínculo matrimonial se rompe y los cónyuges dejan de convivir, se acaban algunos problemas, pero el nuevo escenario plantea otros desafíos diferentes, que conviene abordar de manera positiva y equilibrada.
El primer paso para un “divorcio sano” consiste en conocer y hacerse consciente de las situaciones o indicios clave en la relación, que indican que la ruptura va a ser inevitable y que la mejor opción para la pareja es la separación.
“Un matrimonio, como cualquier relación, se mantiene mientras hay ganancia en su mantenimiento. Se rompe cuando se trunca ese equilibrio”, explica a Efe María Bustamante, psicóloga especialista en terapia familiar.
“La conyugalidad en una pareja con vocación de familia, se fundamenta en una reciprocidad, mediante la cual ambos miembros negocian un acuerdo. Esto implica un pensar (reconocimiento y valoración), un sentir (ternura y cariño) y un hacer amoroso (deseo y sexo, principalmente)”, señala Bustamante.
Momento del cambio
Cuando el vínculo matrimonial se rompe, se acaban algunos problemas, pero el nuevo escenario plantea otros desafíos que conviene abordar de manera positiva y equilibrada.
“Los indicios que presagian una ruptura se dan cuando esa nutrición no es recíproca y una de las partes, o ambas, prefieren un cambio en sus vidas y plantearse una nueva situación personal”, apunta.
Para Bustamante puede haber muchos motivos que llevan a tomar la decisión de divorciarse, pero unas señales que avisan son: carencias en la comunicación; pobre gestión emocional; y falta de capacidad en la resolución de dificultades.
“Estas variables fomentan que se acumulen tensiones que dificultan la convivencia y pueden llevar al divorcio como vía de salida, pero no necesariamente como solución”, indica.
“La decisión de divorciarse es difícil y dolorosa. Se trata de una pérdida que requiere elaborar y cerrar el duelo adecuadamente para proseguir de una manera sana”, de acuerdo a la psicóloga.
Recalca que el divorcio es un asunto especialmente importante y delicado cuando hay hijos fruto de la unión, que vinculan vitalmente a los padres, ya no como pareja, sino como referentes.
Es una nueva situación relacional y civil, que requiere dar un nuevo lugar y rol a la persona que antes fue nuestra pareja.
Retos de la nueva situación
“Una manera sana y positiva de abordar la nueva situación supone atender todo el paisaje emocional propio y de la otra persona, cuidando la manera de comunicar y gestionar la nueva situación, que presenta sus propias dificultades”, según Bustamante.
Se trata, en definitiva, de “crear una buena base en la que apoyar la interacción y coordinación, protegiendo las necesidades de los hijos, que suelen ser, muy a menudo, víctimas irremediables”, explica.
Bustamante hace hincapié en la capacidad de los padres que se separan de llegar a acuerdos y seguir cubriendo las necesidades de los hijos de manera independiente del nuevo estado civil que vincula a los ex miembros de la pareja, lo cual pone a prueba la madurez de los progenitores para tratar sus asuntos no resueltos.
“Los hijos sufren la decisión del divorcio de los padres y en demasiadas ocasiones son olvidados en un segundo plano. Cuidar de cómo lo viven y qué necesitan, asegura que la evolución en ellos sea mejor”, destaca.
A continuación te mostramos tres situaciones concretas que, con frecuencia, causan conflictos en un divorcio y la manera en que se deberían solucionar:
Descalificar al otro
– En qué consiste: “Es una situación en la que uno de los progenitores considera que está más preparado para atender a sus hijos. Esto conduce a un desequilibrio en la presencia del otro padre, ya que hay cuestionamiento, descalificación o alienación, respecto de su figura”, explica Bustamante.
– Solución sana: “Detrás de estas situaciones suele haber carencias personales que llevan a que una persona necesite tener un control y estar por encima del otro, lo cual genera graves problemas en la convivencia y la formación de los hijos”, apunta.
“Si está ocurriendo esta tendencia, es el momento de pedir ayuda a profesionales que pueden aportar una mirada más amplia y para que se puedan abordar asuntos pendientes mal resueltos que lastran la situación del presente”, sugiere.
Querer llevar la razón
– En qué consiste: Para Bustamante, “esta necesidad se manifiesta en la falta de acuerdo a la hora de guiar y convivir con los hijos, llevándoles a vivir un doble mensaje constante y seguramente incompatible, lleno de ambigüedad y falta de referencias”.
– Solución sana: La psicóloga recomienda “aprender a negociar y mantener abierta una comunicación respetuosa en la que la mirada se centre en los hijos en lugar de mantener un pulso soterrado a través de ellos”, y recomienda, nuevamente, pedir ayuda a un profesional, pues esta situación “solo va a llevar a generar más y más dificultades”.
Responsabilizar al otro
– En qué consiste: “En ocasiones uno de los padres se siente victimizado y no se siente responsable de nada de lo que ha ocurrido. Es una postura peligrosa e irreal. En estas situaciones, hay unas dinámicas que vienen de muy atrás y han ido trenzando lo que aflora en el divorcio”, según Bustamante.
– Solución sana: “Ambas partes deben darse cuenta de que cada uno ha influido en cierto grado en lo que ocurre con la expareja. De manera que no hay buenos y malos, sino personas que no han sabido mantener una relación”, señala esta psicóloga.
Explica que “desde esa posición, la capacidad de gestión se amplía, ya que se asumen las responsabilidades de manera repartida, llevando a un mayor control de lo que se considera más apropiado para todos”.
“Si uno de los exintegrantes de la pareja considera que tiene dificultades que están perjudicando su bienestar o el de las personas con las que está y va a estar en contacto, es muy posible que necesiten ayuda exterior, ya que las consecuencias de un divorcio mal resuelto siempre acaban llegando”, asegura.
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