El nuevo rico necesita que el mundo sepa que ha logrado conseguir dinero y todo lo que hace y dice gira en torno a esa vacía y superflua necesidad.
El nuevo rico disfruta el “name droping”, es decir, el “dejar caer” nombres de lugares y personas que considera “importantes” para hacer ver que es un conocedor y parecer de la “high class”.
El nuevo rico ordena el vino más caro y el plato con el nombre más extraño porque cree que así luce sofisticado, aunque no tenga idea de cómo se pronuncian ni del protocolo adecuado para su consumo.
El nuevo rico, cuando toma agua, pide Perrier o San Pellegrino y mira con desdén a los que nos importa muy poco las marca del agua que nos sirvan.
El nuevo rico se obliga a sí mismo a escuchar (o al menos afirmar que escucha) ópera y jazz, aunque sean géneros que no entienda, que no siempre distinga y que en el fondo ni siquiera disfrute.
El nuevo rico compra la ropa más cara aunque no la sepa combinar ni elegir la adecuada para cada evento, y procura que la ropa sea de marcas reconocidas, pero como es imprescindible que la gente lo sepa, el logo tiene que verse por fuera.
El nuevo rico tiende a maltratar y ser prepotente con camareros, guardianes, vendedores, cajeros y en general empleados que prestan servicios para “lucírsela”.
El nuevo rico cita libros que no ha leído de autores que no conoce para darse un aire de culto.
Por las mencionadas razones y muchas más, si usted tiene la dicha de ganarse la lotería o hacer dinero rápido, no se deje obnubilar, conserve sus costumbres y su sencillez, recuerde siempre su procedencia y evite a toda costa convertirse en la burla que realmente constituye ser un nuevo rico.
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