La difamación, la injuria y la calumnia, tres palabras distintas, pero, con cierta similitud en el objetivo de su significado, ya que las tres concluyen causando daños a la imagen o reputación de una persona en específico, y que, en los últimos años se han puesto de moda en la vida pública de la República Dominicana.
Para ser exacto citaré cuatro casos de los más sonoros que hemos tenido en el país, como son los de: la vicepresidenta de la república, Margarita Cedeño de Fernández (En ese entonces candidata) y el comunicador y abogado, Marcos Martínez, el de la diputada Lucía Medina y Salvador Holguín, el del expresidente Hipólito Mejía y el senador por Peravia, Wilton Guerrero, y el más reciente el del ministro administrativo de la presidencia, José Ramón Peralta y el presidente del Frente Agropecuario del Partido Revolucionario Moderno (PRM) Leonardo Faña. En tres de ellos hubo condenas y en el otro una disculpa pública.
Si bien es cierto el país goza de libertad de expresión, libertad que no puede convertirse en libertinaje, estando estos términos penalizados por el código penal dominicano, con cárcel y sanciones económicas.
El mensaje que se envía con el resultado de estos casos desde la justicia, es un tanto positivo, porque alguna sanción debe recibir esas “lenguas alegres”, que sin temor a las consecuencias salen por ahí desbocados a dañar la moral y la dignidad ajena.
Los partidos políticos, son los culpables de que la clase política esté ejerciendo esta práctica, ya que la misma se origina en los cuartos de guerras de las campañas electorales de estos, obviamente con su anticipada aprobación. El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), cuando en el 2012 lo vivieron en carne propia, con Marcos Martínez contra Margarita Cedeño y Wilton Guerrero contra Hipólito Mejía.
Particularmente, no hubiera aceptado la disculpa del conflictivo señor Guerrero por escrita, lo ideal hubiera sido que lo hiciera frente a las cámaras, y así aseguraba un retiro digno a una carrera política en declive.
La señal también llega a los medios de comunicación y población general, donde abundan las “lenguas alegres”,gente con desesperación de hacer un nombre y ganarse unos pesos, capaces de prestarse a una serie incalculable de bajezas, lo que preocupa significativamente a quienes ejercen una labor objetiva y honrada en ellos o en su vida.
Sigamos castigando a quienes juegan con la dignidad y la moral ajena, pero que hayan sanciones más ejemplarizadoras, más contundentes, que logren exterminar toda “lengua alegre” existente.
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