Por; Miguel Franjul
El país que encontrará el presidente Luis Abinader es uno en el que todos sus habitantes viven llenos de incertidumbre sobre lo que les depara el futuro.
Esa misma incertidumbre, que es a la vez caldo de cultivo de pesimismos y de expectativas positivas, es uno de los retos subjetivos que no miden los radares de los indicadores de una economía atrofiada.
Por lo tanto, las políticas de subsidio y solidaridad para aliviar los traumas del desempleo, las quiebras de comercios, la baja actividad productiva y exportadora, más los miedos que revolotean sobre una sociedad enferma, deberán ser las prioritarias desde el momento en que el Presidente Abinader se tercie la banda presidencial.
Su gran desafío es trabajar ahora desde cero para modelar una nueva sociedad basada en prioridades emergentes, como la del trabajo y la educación a distancia, apostando fuertemente a la adopción de tecnologías que facilitan estas modalidades.
La digitalización de las operaciones más corrientes en la vida de los ciudadanos influirá en las líneas de acción que demandará el proceso de recuperación nacional, que necesariamente tendrá que dejar atrás antiguas formas de trabajar y producir.
Lo importante es, antes que nada, levantar la bandera de la esperanza y la confianza del pueblo en que, con unidad de propósitos y planes viables, es posible remediar el lastre de la parálisis causada por la pandemia en todas las esferas de la vida nacional.
Por eso hemos insistido en que la convocatoria a una Cumbre, no solo para abordar la crisis del coronavirus en el campo de la seguridad ciudadana sino para acordar medidas de reactivación económica, puede ser el punto de partida de esta marcha hacia un futuro minado de peligros y estrecheces.
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